La memoria del humus
La historia no siempre se escribe con tinta, a veces se escribe con tierra húmeda, con el rastro invisible de una lombriz que danza bajo el peso del olvido.
La historia no siempre se escribe con tinta, a veces se escribe con tierra húmeda, con el rastro invisible de una lombriz que danza bajo el peso del olvido.
Los astros lo entrelazan con policromías de ensueño y la penumbra inquieta de colorido lo viste.
Y vamos caminando, la voz de un pueblo; nos contagiamos en el grito desde la primera mañana.
Marchamos con la mirada intensa, todas las lluvias del mundo, pulso instantáneo de la vida clara.
El humano decide, el humano elige si acelera, si respeta, si corrige. Un segundo de distracción puede borrar una canción.
No puedo comer sin atender primero su súplica. Un movimiento alegre de su cola,
y el brillo profundo, acogedor,
de sus ojos color café, fue el gracias silencioso de un ser que alguna vez fue amado.
El televisor apagado, el piano cerrado, las persianas inexistentes, el mundo afuera.
Cajones sellados, recuerdos atrincherados, hojas escritas con una pluma que aún deja huella en el tiempo.
Como una mariposa silenciosa que en el viento vacío espera a que las sombras se ondulen, vagaría volando entre los paisajes del espíritu y los reinos errenales.
La vida late —sí— con sus símbolos de barro, con sus plegarias de resignación. Somos tránsito entre piedra y agua, ni mármol ni estatua: apenas niebla
con la esperanza antigua de que otro mundo nos aguarda.
Millones de años después, volviste a hacerlo. Te aproximaste lo suficiente y pegaste tu nariz a la mía. Cuando tus ojos entraron en mis ojos y mis labios rozaron los tuyos, mis manos te empujaron lejos.
Aquella hada encargada del equilibrio en el mundo. Madre de todos los lagos y dueña de los profundos sonidos del mar. Madre de la abundancia.