Entre piedra y agua
La vida late —sí— con sus símbolos de barro, con sus plegarias de resignación. Somos tránsito entre piedra y agua, ni mármol ni estatua: apenas niebla
con la esperanza antigua de que otro mundo nos aguarda.
La vida late —sí— con sus símbolos de barro, con sus plegarias de resignación. Somos tránsito entre piedra y agua, ni mármol ni estatua: apenas niebla
con la esperanza antigua de que otro mundo nos aguarda.
Millones de años después, volviste a hacerlo. Te aproximaste lo suficiente y pegaste tu nariz a la mía. Cuando tus ojos entraron en mis ojos y mis labios rozaron los tuyos, mis manos te empujaron lejos.
Aquella hada encargada del equilibrio en el mundo. Madre de todos los lagos y dueña de los profundos sonidos del mar. Madre de la abundancia.
Se limita mi horizonte y mi sentido pierde la razón, esperando lo que no llega mientras se desangra mi corazón.
Quedo inmóvil en las carencias del cuerpo, a pesar de que un íntimo deambular transforma en polen mis pensamientos.
Allí dejó correr, bajo el puente sonoro del río Chicú, sus letras que fluyeron en medio de la sabana; amplió su grito a otras tierras sin olvidar su terruño…
Ella va y regresa sin mentiras, sin tardanza, se queda estacionada
en cántaros de arcilla.
En la penumbra donde le miedo anida, que el silencio sea grito, un eco estridente, y en cada sombra, una voz encendida, luchando por la dignidad inherente.
La vida me iba desangrando, pero sin ruido, como un reloj al que nadie le presta atención hasta que deja de marcar la hora.
Me dolían las cosas que no duelen: los buenos recuerdos que te arrancan de golpe, los abrazos que no dieron, las palabras que se atragantan y nunca encuentran salida.
Atrás estuvo su existencia primorosa y su imponente orgullo esgrimió su legado contando muertos de madres olvidadas y desarrapadas…