Entre piedra y agua
La vida late —sí— con sus símbolos de barro, con sus plegarias de resignación. Somos tránsito entre piedra y agua, ni mármol ni estatua: apenas niebla
con la esperanza antigua de que otro mundo nos aguarda.
La vida late —sí— con sus símbolos de barro, con sus plegarias de resignación. Somos tránsito entre piedra y agua, ni mármol ni estatua: apenas niebla
con la esperanza antigua de que otro mundo nos aguarda.
En el mundo de los hombres, las voces comenzaron a apagarse. Ya no había bullicio en las plazas, ni saludos en los ascensores. Los médicos no daban la mano, los docentes no miraban a los ojos, los bancos no tenían cajeros humanos.
Yo aún estaba con vida, y me llevaron hacia su ranchería, allí mismo, en las orillas. Cómo deseaba que amaneciera para convertirme en piedra y que así no pudieran hacerme nada. Luego, llena de terror, me di cuenta de lo que en realidad pasaba con nosotras: colgaban nuestros cráneos en las puertas de los corrales del ganado o en los árboles frutales…
Millones de años después, volviste a hacerlo. Te aproximaste lo suficiente y pegaste tu nariz a la mía. Cuando tus ojos entraron en mis ojos y mis labios rozaron los tuyos, mis manos te empujaron lejos.
Aquella hada encargada del equilibrio en el mundo. Madre de todos los lagos y dueña de los profundos sonidos del mar. Madre de la abundancia.
Se limita mi horizonte y mi sentido pierde la razón, esperando lo que no llega mientras se desangra mi corazón.
Quedo inmóvil en las carencias del cuerpo, a pesar de que un íntimo deambular transforma en polen mis pensamientos.
Allí dejó correr, bajo el puente sonoro del río Chicú, sus letras que fluyeron en medio de la sabana; amplió su grito a otras tierras sin olvidar su terruño…
Mis botas gastadas, mi abrigo pesado y fuera de época, mi sombrero deforme y mi bastón me daban la apariencia de una verdadera pordiosera. Mi rostro se reflejaba en los charcos del camino, otrora polvoriento, ahora fangoso.
Una vida que, después de ese día, no existió más. Y desafortunadamente, moriste, pequeña. No abandonaste la tierra, pero sí tu vida. Tu sonrisa nunca volvió a ser igual.