Mentiras piadosas
Mis botas gastadas, mi abrigo pesado y fuera de época, mi sombrero deforme y mi bastón me daban la apariencia de una verdadera pordiosera. Mi rostro se reflejaba en los charcos del camino, otrora polvoriento, ahora fangoso.
(Argentina. 1966). Aborda temas de hondo contenido humano, enfatizando en el desamor, las emociones, la cotidianidad y la búsqueda del autoconocimiento a través de la introspección y la escritura autobiográficas.
Mis botas gastadas, mi abrigo pesado y fuera de época, mi sombrero deforme y mi bastón me daban la apariencia de una verdadera pordiosera. Mi rostro se reflejaba en los charcos del camino, otrora polvoriento, ahora fangoso.
Si hubiera llegado primero al mundo, no tendría que aprender otro idioma ni esperar el autobús a un barrio que no existiría, que no tendría las plazas más bonitas que mi barrio no tiene.
Osadía tuve de quererte, sabiendo que tenerte no podría.
Osadía tuve de dejarte,
segura que olvidarte no existía.
Una camioneta desvencijada recorría las callecitas de tierra y un altavoz anunciaba la llegada del parque de diversiones, cada tanto soltaba un puñado de boletos, porque para iniciar sus actuaciones querían reunir a la mayor cantidad de visitantes.
Apenas tendré unos pinceles rojos,
azules verdes y negros, siempre me faltara el amarillo de tu pelo, de los rayos del sol, del fuego. Apenas tendré una bocanada de aire en las mañanas para poder respirar el día.
Marita perteneció a una acaudalada familia de campo, con muchas propiedades y costumbres arraigadas a la vieja usanza, de comprometer a los hijos para casamientos convenientes a los que nadie se le ocurría oponerse.
Macarena, la hija favorita de García Norambuena, el ricachón más renombrado de la ciudad. La pequeña rubia, arisca, malhumorada “piernislargas” debía todas las materias del colegio y su padre estaba bastante molesto con sus calificaciones que, de seguir como iban, la inhabilitarían a ingresar a la universidad que él había soñado para ella.
No creo en nada y todo es tan real,
después de tanto llanto y desconsuelo descubro que ya todo esto es pasado y que mi cuerpo lacerado tendrá que soportar muchos inviernos.
La soledad del viejo es tan diferente, está tan llena de capítulos, de prefacios, de epílogos y de notas al pie. Es un enorme caudal de fotografías en blanco y negro, de colores vivos y de colores borrosos o grises indefinidos.
Me gustas despierta, con los ojos azules bordados en el rostro y tu boca entreabierta y esa palidez de lienzo que espera pinceladas comienzo con el rojo, y termino con el alba. El rubor que cubre tus mejillas cuando te digo que te amo y te susurro en el oído una balada.